6.10.08

Autor: Jesús Teyssier
Basado en un texto de José Prieto (Joss).


31.8.08

2

David Attenborough

Toma el aire y entra decidido en su seno,

descansa ahí un instante y muta,

transfigura a puro elemento,

a anhelo, a eterno mito, a fuga.

entonces gesta, florecimiento,

aún pronto parte, y en la quebradura

toma forma, como perla del sufrimiento,

pero así dolorido de forma, y sólo susurra.



Yo no estaba en el salón de mi casa. No eran las cuatro de la tarde. No era un documental en el canal dos de la televisión. No era un sueño. Era el final de un camino.

En la televisión la voz en off me explicaba todo lo que me estaba ocurriendo en mi interior, y lo disfrazaba de último capítulo de una serie documental de David Attenborough.

A dentro, el cazador, infatigable perseguía a su presa, nada ni nadie le detendría, el cazador había nacido para matar a su presa, y esta había nacido para resistirse y finalmente morir. Y yo, no era más que un mero espectador, sufriendo por las dos partes. ¿Contemplaba? aquel documental con los ojos cerrados (¿adoptó mi mano aquella postura que representaba las astas del animal o sólo lo soñé?, ¿fue esto una elucubración de mi mente o realmente aquella voz en off me lo dijo? ¿soñaba con los ojos abiertos? ¿estaba despierto pero en trance?).

La figura del cazador desnuda, su piel oscura siempre frente al sol, su delgadez extrema, y su expresión en trance.

Aquel animal astado, exótico, ancestral, corría, se ahogaba, su lengua ya no podía mantenerse en su boca, sus ojos deseaban salirse de sus órbitas. Agonía. Algo grande estaba apunto de ocurrir.

Yo mismo, contemplador, en mi trono, de testigo, el emperador, ojos cerrados, sufrimiento, alma retorcida, anudada a los huesos, atemorizada, ¿es este el final entonces?

Llega el momento. El cazador toma su lanza y da muerte al animal. Cae. Mi cabeza se abre. El cazador acaricia a la presa, se acerca a su oreja, le da las gracias, se disculpa. El animal habla.

-Yo sé tu nombre. Tú eres Moahdir.

- Yo sé el tuyo. Tú eres Madre. Yo te lo debo todo. Lamento tener que matarte.

- Acepto y te agradezco mi muerte, Moahdir. Eres libre. Tú y tu familia.

Soy, somos libres. Podemos marchar. Es hora de decir adiós. Paz al fin. He muerto, podré vivir. La carne se abre. Del vientre del animal todo se libera: Moahdir se reencuentra finalmente con su esposa, la Reina Negra, y con su hijo oscuro. Finalmente todo ha acabado. Moahdir ha finalizado su misión. Se marchan, vuelven a su Luna, que aún no sé si es la nuestra, y no miran atrás. Siento gran dolor por la pérdida, pero es mayor el alivio. El alivio de finalmente entender que ha llegado el fin de la agonía. Que he pagado por lo que hice y que todo ha quedado restablecido. Y todo el conocimiento adquirido me hará más fuerte.

El poder de una idea. Sabed que las ideas no son nuestras. Las ideas existen y no las creamos, sino que las tomamos o llegan a nosotros. Otra teoría me dice que, quizás, si llevamos tanto tiempo amando una idea, la idea toma forma real o semi-real, de una manera u otra. Y cuando esa idea persigue la libertad, nada va a detenerla hasta que lo consigue. Hasta que llega el momento adecuado y encuentra la forma y el cuerpo desde el que marcharse y ser libre, no parará de golpear, morder y gritar, hasta que escape.

Y las Madres, las Madres Fáusticas, contemplan, sonríen y aceptan, pero tienen sus reglas, y nadie puede desafiarlas. Y nadie, puede escapar de las Madres… ¿nadie? Quizás no nosotros, intermediarios, pero nuestras ideas quizás sin pueden huir. Sólo hay que perseguirlas incansables, hasta que encontramos una forma de abrir su vientre y partir.





24.8.08


1

Las Ideas Parásitas


La soledad y un océano infinito de páginas en blanco: Clipo, el clip del asistente de ayuda del procesador de textos, me miraba con curiosidad; presentía en él el nerviosismo, estaba esperando a que hiciera algo. Cambio su aspecto por el de un encantador gatito. Mil novecientas tres canciones pasean por el winamp de mi ordenador acompañándome en la travesía. La noche es propicia, el clima adecuado. Sólo tengo que comenzar, abalanzarme sobre el teclado para zarpar y contar Mi Historia. Todo el mundo tiene Su Historia, una historia que merece la pena ser contada, y sobre todo que merece la pena ser escuchada, o leída, y cada uno la cuenta a su manera; me preguntaba cómo demonios sería la mía. El gran problema era temer que la historia acabara a la deriva, en naufragio, como tantas y tantas veces en el pasado. El problema es que uno se siente muy pequeño en el océano de historias. Y suenan cantos de sirena que no le invitan a adentrarse en el océano, aunque sea para chocar contra las rocas, estas sirenas sugieren que todo es en vano, que no merece la pena el esfuerzo. Así que podemos empezar hablando de esta idea: El mayor enemigo de uno es uno mismo.

Uno no es uno, sino muchos. Muchísimos. Un ejército de pequeños unos viviendo de incógnito en las distintas áreas de nuestro cerebro, y quién sabe en qué más sitios. La personalidad es como un gran recipiente de ideas. Las ideas son seres vivos ajenos por completo a nuestra propia existencia. Las ideas son seres sin cuerpo que habitan en nuestra cabeza. Las ideas, luchan por salir de nuestro cuerpo en las más diversas formas: en forma de conducta, en forma de verbo, en forma de sueño, de historia, de dibujo… El arte, por ejemplo, en cualquiera de las formas que tiene el arte, son ideas que han logrado escapar porque han encontrado un recipiente, un continente en el que precipitarse, y en su nueva forma yacen y desde su nueva forma viajan a las mentes de otros para seguir cambiando su forma. De esta manera, las ideas buscan la inmortalidad.

Como los seres humanos, algunas ideas son ambiciosas, son Grandes Ideas, enormes como edificios, como buques de guerra, como galaxias algunas, y quedan agazapadas en la mente de uno, ocupando un enorme espacio en la cabeza del pobre incauto y también en su vida diaria. Lo peor es que estas ideas no van a parar hasta que consigan salir y en la forma que ellas desean, y utilizarán todo tipo de trucos sucios para conseguirlo: por ejemplo, a menudo se zampan otras ideas, y terminan creciendo y creciendo hasta serlo Todo en este mundo. Este tipo de ideas tan peligrosas pueden llegar a matarte. ¿Os habéis topado con alguna de esas ideas alguna vez?

En mi cabeza se hospedó una vez una de esas Grandes Ideas. Lo cierto es que era una idea un tanto torpe. Eso sí, tenía un apetito voraz y se tragaba toda pequeña idea que veía. Terminó convirtiéndose en una idea tan grande y obesa, pero tan confusa y disforme que al final ni ella sabía lo que quería, ni cómo debía salir de mi cabeza. Fue realmente un “parto” complicado.

Muchos conocerán la historia del parto de Palas Atenea. Atenea, la diosa griega de la sabiduría y la estrategia, nació de la cabeza de Zeus, con el casco de guerra y con la lanza. Si un hombre puede vivir un parto, sólo puede ser de esta manera. Atenea era una de esas Grandes Ideas, ¡y qué idea amigo!, contener todo el conocimiento existente en la cabeza de uno tiene que ser realmente molesto. Yo no sé lo que le debió costar a Zeus parir a Atenea con casco, pero mi parto no fue ni mucho menos sencillo: me parí a mi mismo, y a una tribu entera de seres que hoy habitan “allá arriba, en alguna luna oscura”.

Esta es la historia de la locura que me hizo cuerdo, es Mi Historia y no sé por donde va a comenzar.

7.6.08

Just (You Do It To Yourself)

Conocí a Jean, un día radiante de primavera a orillas del Sena. Era encantador con su cara pintada de blanco y su pelo de morado. Intimar con un mimo es necesariamente una empresa casi impensable, pero esta vez todo fue distinto. Al poco estábamos abrazados y nos besábamos apasionadamente. Fue un acto definitivamente liberador para ambos. Parecía como si por una vez hubiéramos conseguido alcanzar todos nuestros sueños en un solo instante, mágico y necesariamente irreal. Por primera vez ya nada importaba más que nosotros dos, pero al mismo tiempo, todo a nuestro alrededor se volvía más hermoso. La luz del sol se reflejaba en el agua en un juego eterno que cobraba sentido junto a los edificios y los coches, y luego la gente que paseaba por el parque, aquella noria, una pirámide de vidrio y el imponente museo. Pero sobre todo él, él y su cara maquillada que se deshacía entre mis dedos, la pintura de sus labios ensuciando los míos, y mi cara y mi cuerpo, ensuciándonos los dos, llenándonos el uno del otro, sentíamos el calor del sol y el de nuestros cuerpos abrazados y, tumbados en la hierba, nos fundíamos y nos hacíamos uno, la tierra, él y yo. La felicidad era su rostro radiante y lleno de incredulidad, y eran mis manos adivinando su cuerpo cuando le quitaba la camiseta.
Ya casi caía la tarde, y seguíamos enredados en algún lugar en el jardín de las delicias, París se revelaba ante mí en todo su esplendor pero decidimos marcharnos a su modesto estudio para follar. Y allí, desnudos al fin, él besaba todo mi cuerpo y me abrazó entrando en mí. Yo mientras me divertía diciéndole guarradas que le envalentonaban y lo llenaban de fuego e ímpetu pero, sin embargo... Sin embargo, ante mi sorpresa, Jean paró de repente, y entre lágrimas me dijo:

- Tengo el SIDA.

- La has cagado.

Le dije yo y, tras unos momentos de reflexión, decidí que no podía arriesgarme y, ante su sorpresa, descubrió que seguía a orillas del Sena, con la cara pintada de blanco, y el pelo de morado y con la camiseta puesta y, mientras yo me alejaba de allí de un salto flotando en el aire, le expliqué lo siguiente:

– Todo esto era un sueño.

Después desperté brevemente y me pregunté por qué me estaba haciendo esto a mí mismo, pero no tardé en volver a quedarme dormido.

19.5.08

ORACIÓN


Hermano, guía mi camino
por los versos
MAGIA

Que la tinta de mis huesos
no se derrame
VERDAD

Que la Justicia del Alma
alce nuestra voz
BELLEZA

Que mi corazón y el suyo
lata en su pecho
CORAJE

Que todo salga bien:
del Interior al Infinito
FORTUNA

Hermano, guía su camino
por la certeza
SABIDURÍA

17.5.08

LA ÚLTIMA PARTIDA DEL SEÑOR BERGMAN

Sentado frente al mar, en algún lugar en la costa sueca, el Sr. Bergman contemplaba plácidamente las olas mientras atardecía. La luz era pajiza, desteñida. La luz del ocaso aparentaba ser absorbida por el mar: muy despacio, pero de manera irreversible, éste iba adoptando un color gris, plomizo, como de película muda.
Pese a ser Julio, el calor aquella tarde era inusualmente elevado, “esto es Suecia, diablos”, pensó el Sr. Bergman mientras se pasaba una mano por su frente empapada en sudor. Hacía tiempo que andaba algo alertado con los peculiares cambios de clima que estaban sucediendo en Europa.

En Fjärdingslöv se habla de grandes señales y portentos. Dos caballos se han devorado mutuamente. En los camposantos las tumbas se han abierto y sus restos se han esparcido por todo el lugar. Ayer por la tarde lucían cuatro soles en el firmamento.

Con sus 89 años, había contemplado más cosas de las que quería recordar, “siglo de señales y portentos el que nos ha tocado vivir”.
Quizás no era tan descabellado pensar que se acercaba el final. No había más que oír las noticias: huracanes en Alemania, inundaciones en Inglaterra, maremotos que asolan continentes… guerras mundiales…
“No, Ingmar, de nuevo te dejas transportar, no será tan hermoso, no seremos tan dignos de tener un Juicio Final. El mundo seguirá girando como entonces, y nada, nada importará, igual que siempre”.
El mar seguía golpeando suavemente contra las rocas. El cielo despedía haces de luz tenues que casi parecían no existir, casi parecían irreales, quizás como si estuvieran pintados en un inmenso telón de fondo.
Al Sr. Bergman se le ocurrió mirar a lo lejos en el camino de tierra que acababa en su casa, esto es, el lugar donde se encontraba justo en ese momento, y se fijó en que una figura humana venía andando hacia él desde la lejanía. En la primera impresión, la figura le pareció gratamente familiar. Según se le iba acercando rechazó aquella impresión y, finalmente, cuando estaba tan cerca que hasta sus ojos ancianos podían verla claramente, pudo reconocerla con total exactitud.

-¿Quién eres tú? – Preguntó Ingmar a pesar de todo-.

-La Muerte – Le respondió la figura, que ahora no era una figura, sino el cuerpo embozado y encapuchado de negro característico de la Parca.-

-¿Es que vienes a buscarme?

-Hace tiempo que te vengo siguiendo.

-Ya lo sé.

-¿Estás preparado?

Ingmar asintió con la cabeza, y no pudo evitar una sonrisa de satisfacción, e incluso se sorprendió a sí mismo cuando sintió que una lágrima emocionada le acariciaba el rostro.

El espíritu está pronto, pero la carne es débil.

-Acércate- le dijo Ingmar a la Muerte- para que pueda verte bien… eres justo como te había imaginado durante todos estos años, aunque pareces más anciano, ¿es que ni siquiera a ti te perdona el Tiempo?

La Muerte era pálida como los primeros copos del invierno, una palidez tal que parecía producto del maquillaje,...
spoiler:
...y en vez de una calavera, lucía una cara de generosos rasgos faciales, con una prominente, incluso cómica nariz, y sus ojos, brillantes, eran negros pero sólo en comparación con la blancura de su piel, por lo demás, parecía una persona de lo más normal, aunque de aspecto gallardo.

-Es un honor que hayas venido a verme personalmente. Dime, ¿jugarás conmigo una partida de ajedrez?

-Nunca rechazo una partida de ajedrez.

-Pero hay una condición: aunque gane me llevarás igualmente.

-¿Por qué anhelas lo que los demás temen tanto?

-Es cuenta mía.

Al Sr. Bergman y a la Muerte les vino la noche y no retiraron sus miradas del tablero, ni intercambiaron una sola palabra. Finalmente, la Muerte tuvo que hablar:

-Estoy sorprendido, viejo. ¿No vas a preguntarme nada? ¿No sientes miedo, o curiosidad al menos? ¿No te inquieta saber a dónde vas a ir?

Al Sr. Bergman le llevó largo tiempo responder aquello. Llevaba tantos y tantos años esperando ese momento. Recordaba cómo en sus tiempos jóvenes pasaba largo tiempo practicando con el ajedrez e ideando un plan para sonsacar a la Muerte.Cómo había anhelado aquel instante, como había deseado esa última oportunidad, cuántas noches en vela pensando en Ella, la Muerte, la Guardiana, la Puerta y la Llave, cómo él trataría de atravesar esa puerta no sin dejar de mirar a través de la cerradura de sus ojos negros, y averiguar “algo”, lo que fuera, cualquier mínimo detalle sobre lo que le esperaba detrás. ¿Era miedo?, ¿era religiosidad?, ¿era sed del alma, que le pedía Dios, como pediría agua el peregrino perdido en el caluroso desierto? ¿era temor al vacío?, ¿ansias por saber que todo lo existente no era en vano, que el sacrificio SÍ tenía sentido, averiguar que al final del camino había una recompensa y así acallar su conciencia, su lado animal que siempre le dijo “duerme” cuando debía estar despierto o “grita” cuando debía estar callado?

Sea lo que fuera lo que le impulsaba en su juventud, e incluso en los últimos días de su existencia, ya no lo sentía. Algo ya había muerto en él, sin necesidad de que la Parca viniera a llevárselo. Y puede que ese algo hubiera muerto justo en aquel momento que la vio llegar. Sea como sea, ya no importaba. Trataba de pensar en una respuesta para la Muerte y sólo se le ocurría que estaba cansado. Cansado.

-Estoy cansado- Le dijo.

La Muerte se levantó entonces y alzó sus brazos para envolver al Sr. Bergman en su capa. Y el sr. Bergman tomó a la Muerte con sus brazos, y mientras sentía que quedaba dormido y que la vida se le escapaba, no sintió el más mínimo desazón, al contrario, sintió por primera vez en décadas, de nuevo y llorando, el más dulce sentimiento de amor:

-Oh, Muerte, en verdad tu eres mi único amor, tantas veces he intentado alejarte de mi, oh, mi esposa, oh, mi hermana, oh, mi madre, Muerte, tú eres todas las cosas hermosas.

IN MEMORIAM A Ingmar Bergman, 1918-2007


Sobre mí

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Siempre he estado interesado en la comunicación y en las relaciones sociales, así que en 2001 comencé estudios universitarios de Psicología en Jaén y Nancy (Francia). En 2007 decidí emprender una nueva trayectoria profesional en el mundo de la comunicación y ventas. Simultaneé mi primer empleo como Agente Comercial con estudios de Comercio y Marketing. Pero la vida da un montón de vueltas y este cajón es muy pequeño. Conclusión, me he probado ya cien máscaras y todas me resultan incómodas.

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