13.4.20

Departamento San Pedro

- ¡José María! Ha vuelto a ocurrir...

La voz de mi compañero de cuarto me anunciaba que eran más de las ocho y que nos habíamos vuelto a quedar dormidos. Me dejó muy confuso. Algo no me encajaba. Estaba oscuro y no podía verle.

- A mí no, date prisa tú, yo soy de dual, hoy empiezo a las 9...

Me acurruqué al otro lado de la almohada y traté de seguir durmiendo.

Efectivamente es el comienzo del nuevo trimestre, un nuevo primer día de clase, pero... ¿yo no estaba confinado? Cómo es posible que haya escuchado tan nitidamente a mi compañero...

Oscuridad.

Despierto. La cama al otro lado estaba envuelta en bruma. Una cama gemela pero perfectamente hecha. Y sobre la cama, tendido, la silueta felina de un animal.

¿Misho? ¿Qué haces aquí? Logicamente, estaba soñando. Aún así, era un dulce encuentro.

- ¡Misho, misho! Lo llamo.

El felino se levanta, gira sobre sí mismo, meloso, ronronea en la bruma, apenas lo veo, abro mucho los ojos y me concentro en sentirlo. Estiro el brazo, la punta de los dedos para alcanzarlo. El gato acerca su hocico para acariciar como saben los gatos hacerlo, siento su cálido y suave tacto. ¡Sí! Estoy soñando pero esta siendo una experiencia muy real. Le llamo, finalmente salta a mi cama, ¿salta o salto al otro lado?. Le agarro del costado, lo abrazo, sollozo, la cara...

- Misho, Misho, pobrecito que está ahora solo, mi gatito, tú y yo estaremos siempre juntos, en esta vida o en la siguiente, no te preocupes gatito... Trato de hablarle, pero mi boca está pastosa y me cuesta pronunciar... Vaya, ya me está pasando lo de siempre en los sueños. Estoy tratando de hablar con la boca de verdad, y no la del sueño...

Mi gato me mira con ojos verdes y rostro mucho más humano y me dice algo, algo que no escucho. Le estará pasando lo mismo...

Oigo algo y me giro, en frente mía entra por la puerta mi madre. ¿Mi madre u otra persona? Parecía mi madre al primer golpe de vista, al segundo veo una niña con gruesas gafas y dos coletas, y sin conocerla creo que la conozco. ¿No eres mamá, no? Eres tu tía...

Me habla y yo entiendo pero no oigo y escucho una voz desde el cuarto de baño, era la abuela. Y me acerco a ella y le cuento que se me ha roto la cara del muñeco. Y mientras digo estoy soy un niño y soy un hombre tratando de recordar lo que estaba pasando porque en los sueños el tiempo no existe. Un niño Jesús de escayola. Mi abuela mira al espejo del baño pero no consigo verla a ella ni a su reflejo, y no puedo estar seguro de que sea ella. Me habla y yo entiendo pero no oigo.

Y salgo a la cocina y encuentro más gente, que conozco pero que no conozco, que me son familiares sin ser familia. Una madre rubia de pelo corto y un hijo adolescente alto moreno y bien parecido, están bailando en la cocina, veo la casual escena y sonrío y me dicen que no me sorprenda, y yo, yo no, yo no me sorprendo de nada, y menos de eso, y dónde está el cola cao, y qué cambiada está la cocina, chico, si es que cuánto hace que no vienes por aquí, pues no lo sé.

Y ahora estoy en otro sitio y bueno, qué te esperas, esto es un sueño, ¿qué quieres, consistencia?

Digamos que tomé el ascensor y ahora estaba en la planta de arriba. Y aquí todo era distinto, nada familiar, todo tenía un aspecto mundano y sin embargo estaba esa sensación extraña de trascendencia. Una chica joven, muy morena y muy muy bella, de ojos grandes y pelo oscuro liso pero con pequeñas trencitas, me recibe y me habla y me conduce por la planta, si tuviera que definir el lugar, era una estancia, un piso de habitaciones pequeñas, hay un vestidor, y hay cajas, y hay caos, es como el set de rodaje o un camerino, es que ni idea, y ella me habla y la entiendo, pero no la oigo. Y la miro, y observo su aspecto. Es bajita pero muy hermosa y le pregunto

- Pero bueno, y ¿tú quién eres? Ya sé, tú eres la virgen ¿no? Esto es algo como místico. Tú representas, la feminidad, la fertilidad y blabla, eres la virgen. Y estoy viendo esto con este aspecto pero a lo mejor otro ve, no sé, el interior de las pirámides de Egipto y te llama Osiris. Sí, claro.

Sí, algo así, creo entenderla pero su cara decía algo, como sí, bueno, lo que tu digas.

Pues para ser una aparición milagrosa no me parecía muy épico esto. El caso que me conduce por la estancia, me explica algo, es como que está trabajando, y yo no sé muy bien de qué va la movida. Otro chico joven con pinta del opus y gafas se me acerca, vienen con él dos chicas más que parecen tan despistadas como yo, se ponen a mi lado.

Empiezo a darme cuenta de que veo algo muy inusual... A la altura de la frente de las personas y no exactamente en medio, sino a un lado, puedo sentir un destello, una leve luz de color rojo o rosa que parpadea suavemente sin deslumbrar. No parecía estar en la gente, sino en mi ojo, y brillar, cuando dirigía mi mirada a la gente. Qué demonios es eso.  Se lo pregunto al tio del Opus y esta vez le oigo, pero no le entiendo. "Eso son las relaciones". Y qué demonios es eso. La luz tornaba en diferentes tonos cuando lo miraba a él. No importa.

Ahora nos llevan a un cuarto diminuto, del tamaño de un ascensor, las dos jóvenes, el tio del Opus y yo, y cierra la puerta, y la luz parpadea y empiezo a ponerme nervioso.

- Pues empiezo a ponerme nervioso - Lo digo, sonriendo, como el que dice, pues está lloviendo, qué contrariedad. Pero al tío del Opus no parece agradarle y vuelve a abrir la puerta. Está bien, dice, ven conmigo.

Llego a una estancia mucho más amplia, hay carteles en las paredes que me recuerdan a una consulta clínica. Hay mesas alrededor de la estancia formando un semicirculo, hasta arriba de material de oficina, algún ordenador más bien antiguo, papeles y bolígrafos de colores. Al menos 4 o 5 personas sentadas a mi alrededor. Y estoy confuso porque en seguida entiendo que es una especie de chequeo médico.

- Pues no sé, yo creía que aquí no teníamos cuerpo - Aunque ya no me parecía un sueño.

- Pero tenemos algo parecido. Aquí medimos la edad del cuerpo etéreo. Hay una cosa en el cuerpo que cuando llega a cierta edad ya no te deja reencarnarte más. - A esta gente la oigo, pero no la entiendo.

- Anda, ¿y yo qué edad tengo?, ¿yo soy muy viejo? ¿A qué edad se empieza a recordar las vidas anteriores? Oye... ¿esta prueba no valdrá dinero? ¿aquí existe el dinero?

- No, aquí no existe.

- Esta esto - dice otro, sacando una especie de tarjeta de crédito del tamaño de un móvil actual.

- Pero este sitio cómo es - pregunto - ¿esto es muy grande?

Ahora miro hacia una de los lados de la habitación y me doy cuenta de que en vez de una pared hay un enorme ventanal. Miro por la ventana pero no veo el cielo. Es una enorme estancia del tamaño y el aspecto de un IKEA. Y digo IKEA porque estaba llena hasta arriba de camas de distintos colores. Y en las camas ancianos estaban tendidos sobre ellas. Podía sentir un gran tumulto desde la ventana, y mucho jaleo de gente de acá para allá.

- ¿Toda esta gente está aquí por el Coronavirus?

Y ahora estaba ahí en medio del IKEA y el ruido era ensordecedor. Gritos y aplausos, y canciones y risas. No había sentimiento de dolor ni pena, ni si quiera alarma, sólo había un gran ajetreo que solo he podido percibir en un lugar antes: en los cuadros de El Bosco.

La madre rubia que vi en la cocina está cerca mía ahora. Le hablo:

- Esto no me interesa, vamonos Mila.

Mila está sorprendida, no parece conocerme y ni si quiera sé quién es.

- Vete tú - dice como jodida pero sonriendo por no ofender.

- Vale pues me voy. Me despierto de aquí. - Lo digo canturreando - Si yo sólo quería acariciar a mi gato por una vez...

Y sí. Me despierto. Me despierto y pienso... "pero si Misho tiene los ojos azules... mi gata, mi gata muerta tenía los ojos verdes... ups!".





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Sobre mí

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Siempre he estado interesado en la comunicación y en las relaciones sociales, así que en 2001 comencé estudios universitarios de Psicología en Jaén y Nancy (Francia). En 2007 decidí emprender una nueva trayectoria profesional en el mundo de la comunicación y ventas. Simultaneé mi primer empleo como Agente Comercial con estudios de Comercio y Marketing. Pero la vida da un montón de vueltas y este cajón es muy pequeño. Conclusión, me he probado ya cien máscaras y todas me resultan incómodas.

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