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Dedicado a Roland de Gilead
Andar el camino infinito del desierto
con la sed del caminante infinita
y ser sus caducas botas polvorientas.
¿Sabrá acaso que nos hayamos en el negro,
en la punta de su bota golpeada?
¿sabrá del destino de pólvora de su bala,
de la rosa que porta en el cuero,
en su bandera al Vacío?
Pero el pistolero sigue incansable,
pateando sin piedad sus miembros,
sus botas desgastadas, sus pistolas,
que son plumas estilográficas,
escupiendo la tinta de sus huesos
y oscureciendo el blanco, y lo dispersa
por las tierras blancas, por la arena
blanca del desierto, el osario.
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